Hay un dicho napoleónico que dice: "la guerra es una cuestión muy seria como para dejarla en manos de los militares", aplicación que podría extenderse a todos los campos del conocimiento, desde los médicos a los económicos, con la absoluta previsibilidad de estar en un camino cierto. Entonces, la pregunta que surge es, ¿desde dónde se dan las respuestas necesarias a cada instancia del saber? Y la respuesta, casi al unísono, es: la política.
Entonces, el planteo subsecuente es ¿qué es la llamada política, para ser totalizadora de todos los ámbitos del quehacer nacional e interpretar los acontecimientos a nivel internacional; con una mirada que contemple las complejidades de todas las situaciones emergentes de una responsabilidad de conducción y manejo del poder?
Ese desafío es la máxima expresión de la política y sólo puede ser evaluada por el único sujeto que construye la historia, que es el Pueblo. Y el pueblo será quien determine, o no, la viabilidad de las decisiones emanadas desde el Gobierno.
Alguien dijo alguna vez que la política es la ciencia de las ciencias, expresión que no comparto como definición, porque la estaría colocando en un nivel superior a cualquier otro conocimiento científico metodológicamente aceptado o inclusive de definiciones sociales que se suponen profundas y estrictas en su estudio y erudición. Hacerlo, sería un despropósito y no sería una definición correcta de la política.
Política se desprende justamente de la palabra “polis” (ciudad, en griego) invocando el sentido del arte de las cosas de los ciudadanos, de las cosas del estado desde su anunciación como ciudades o metrópolis por Aristóteles.
Entonces es la política, como ordenadora social y económica, la que define los modelos de construcción soberanos en el marco de la Patria, y esa sola definición, choca frontalmente con la concepción colonizadora del Imperio sobre América Latina, que desde el siglo XIX, dinamitó la posibilidad de formar la Patria Grande por la cual lucharon nuestros Padres Fundadores: San Martín, Artigas y Bolívar. Ellos nunca lo hicieron por otra causa que no fuese la libertad e independencia de las provincias unidas de Sudamérica, como lo expresa nuestra acta de la Independencia nacional de Tucumán de 1816 (escrita en 4 idiomas: español, aymara, guaraní y quechua, ya que estaba dirigida a todos los pueblos de la región cuyos Congresales eran alto peruanos y bolivianos).
Es concordante esa declaración con las afirmaciones de la Independencia declarada por la Liga de los Pueblos Libres en Concepción del Uruguay en 1815, bajo la conducción de Artigas. "Mi poder emana de ustedes y cesa ante vuestra presencia" y "Los más infelices serán los más favorecidos", fueron lemas de reforma agraria y construcción de una confederación suramericana.
Si nuestro objetivo iniciático fue la Patria Grande, debe ser su construcción a futuro el objetivo estratégico para consolidar el espacio latinoamericano. El objeto de nuestros sueños, la unidad de los pueblos, es superior conceptualmente a la articulación de tratados comerciales y financieros que consolidan la dependencia, que abocados exclusivamente a los mecanismos mercantiles de la relación entre países, profundizan la fragmentación y generan el campo propicio para la injerencia política y económica de EEUU, que nos considera "su patio trasero".
Entonces, el desafío pasa por aumentar la masa crítica de lucha por los pueblos latinoamericanos y convertirla en una unidad de concepción, porque no habrá liberación de los estados nacionales, sino es a través de una acción conjunta de identificación del enemigo colonial y de sus actores, dentro y fuera de sus fronteras, que actúan consolidando la dependencia, afianzándose en el discurso único que emiten los medios hegemónicos al servicio del poder colonial.
Esas banderas estratégicas transformadas en objetivos comunes de los pueblos, es lo que garantiza la libertad a futuro, como las luchas emancipadoras del siglo XIX que fueron infiltradas e intrusadas, en lo económico y en lo político, por el imperio anglosajón, imponiendo un modelo cultural e institucional acorde a sus intereses de explotación y saqueo que se prolonga hasta el día de hoy.
Ya Perón en 1974 en su testamento político: “Modelo argentino para un Proyecto Nacional”, en el marco de la construcción de la Comunidad Organizada, herramienta indispensable para derrotar al “sistema demo liberal burgués”, según su propia expresión, que transforma a los pueblos en testigos de la historia antes que en protagonistas de la liberación.
Por último, debemos saber que el enemigo colonizador pretende borrar la Identidad y la memoria de los pueblos en su afán opresor; intentando escribir un relato único de la historia como lo hizo Mitre hasta nuestros días, creando un sentido naturalizado de dependencia. Una especie de Síndrome de Estocolmo donde el opresor y el oprimido terminan abrazados en una situación de ejercicio del poder asimétrico, que disciplina al pueblo y lo conduce a partir de haber creado sentido de la sumisión como proyecto de vida.
Sin dudas, es acogedor sentir las mieles regadas por los poderosos, antes que internarse en la lucha por sacudir el yugo de la dependencia, ya que ésta actitud siempre margina y condena a quienes nos atrevemos a encararla.
Es sabido que siempre serán las migajas de los poderosos las que caerán sobre los oprimidos, nunca herramientas de poder, a menos que lo construyamos en la organización y en la lucha, en democracia y en paz, pero cambiando estructuralmente el Estado Colonizado por una Patria Matria Grande, justa libre y soberana, institucional, económica y socialmente al servicio de las mayorías populares.